Artículo seleccionado del PREAL.
Resumido de “Building Human Capital: Is Latin American Education Competitive?”,
de Jeffrey Puryear y Tamara Ortega Goodspeed, publicado en “Can Latin America Compete? Confronting the Challenges
of Globalization”, Jerry Haar and John Price (eds.)
Resumido de “Building Human Capital: Is Latin American Education Competitive?”,
de Jeffrey Puryear y Tamara Ortega Goodspeed, publicado en “Can Latin America Compete? Confronting the Challenges
of Globalization”, Jerry Haar and John Price (eds.)
La capacidad de América Latina para competir exitosamente en la economía global depende, en gran parte, de la calidad de su fuerza de trabajo, que a su vez depende de la calidad de sus escuelas. Sin embargo, la región presenta rezagos importantes en todos los niveles educativos, desde el preescolar hasta la universidad. Este resumen identifica cuáles son los obstáculos que están impidiendo que la educación incida en una mayor competitividad en la región y propone estrategias para enfrentarlos.
Los países de América Latina han logrado que más niños vayan a la escuela y han invertido más en educación, pero para ser competitivos deben mejorar la calidad de sus escuelas
Los países latinoamericanos han conseguido que sus niños y jóvenes completen más años de estudio y están aumentando el porcentaje del producto bruto interno que destinan a la educación. Sin embargo, la economía global requiere que los sistemas educativos de la región mejoren la calidad de la educación de su fuerza laboral, por tres razones principales: las empresas pueden contratar mano de obra más barata en otros países; aumentar los años de estudios de los trabajadores sin mejorar la educación que se les da no los va a hacer mucho más productivos; y las inequidades educativas exacerban las inequidades de ingreso, lo cual limita el crecimiento y compromete la estabilidad social.
Las principales barreras se encuentran en los ámbitos de la calidad, la equidad, la ciencia y tecnología, y una profesión docente en crisis.
Las principales barreras se encuentran en los ámbitos de la calidad, la equidad, la ciencia y tecnología, y una profesión docente en crisis.
Muchos estudiantes no dominan los conocimientos más básicos de lengua y matemática al egresar de la secundaria, y pocos logran completar la universidad. Los niños pobres, de zonas rurales o de minorías étnicas y raciales aprenden menos y abandonan la escuela antes que sus pares en mejores condiciones. Pocos niños tienen un buen conocimiento de la tecnología, matemáticas, ciencia e inglés; pocos alumnos universitarios se gradúan en ciencia o ingeniería, y América Latina produce pocos artículos y patentes científicas. Finalmente, la enseñanza está en crisis a pesar de los esfuerzos para mejorar la formación docente y el desarrollo profesional.
Preparar a los estudiantes para la actual economía del conocimiento requiere, por una parte, hacer del aprendizaje la principal medida del éxito educativo.
Los países deben dejar de medir el progreso en la educación principalmente según los insumos —como incrementos en la inversión o mejoras en la infraestructura— y deben comenzar a prestar mayor atención al aprendizaje de los alumnos. No se trata de ignorar los insumos, sino más bien de reconocer que los resultados, en forma de aprendizajes, son los que justifican los insumos. Se debe convertir al aprendizaje en la máxima prioridad.
Por otra parte, se requiere responsabilizar al sistema educativo frente a los ciudadanos por el logro de los objetivos educativos, lo cual es un desafío técnico y político.
Para estos efectos, se debe contar con al menos cinco elementos básicos. En primer lugar, se necesitan estándares modernos y medibles que clarifiquen lo que se espera que logren los alumnos, profesores y escuelas. Luego, se debe producir y diseminar información confiable sobre los logros de los estudiantes y el desempeño de las escuelas, para lo cual se necesita diseñar pruebas que midan cómo se están alcanzando los estándares. Además, deben fijarse consecuencias claras por el éxito o fracaso en el logro de los objetivos educativos, incluyendo incentivos al buen desempeño docente y sanciones al mal desempeño. También es importante otorgarles la autoridad apropiada a todos los actores educativos —escuelas, comunidades locales y padres— en decisiones que le corresponden a cada uno de ellos, de modo que les permita un cierto grado de influencia sobre los sistemas educativos. Finalmente, deben generarse capacidades para que los actores puedan cumplir con las labores por las que se les responsabiliza, lo que incluye apoyo al desarrollo de habilidades e inversión de los recursos necesarios.
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